El Santo Padre Francisco ha instituido esta Jornada Mundial de los Pobres. El objetivo de esta jornada es que, en todo el mundo, las comunidades cristianas se conviertan, cada vez más y mejor, en signo concreto del Amor de Cristo por los últimos y los más necesitados. Es el deseo del Papa que las comunidades cristianas se comprometan a organizar diversos momentos de encuentro y de amistad, de solidaridad y de ayuda concreta para con los pobres. Así, la misericordia, que brota del corazón de la Trinidad puede llegar a mover nuestras vidas y generar compasión y obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.
Este es uno de los primeros signos con los que la comunidad cristiana se presentó en la escena del mundo: El servicio a los más pobres. Fue posible porque se comprendió que la vida de los discípulos de Jesús se manifestó en una fraternidad y solidaridad que correspondiese a la enseñanza principal del Maestro, que proclamó a los pobres como bienaventurados y herederos del Reino de los cielos (cf. Mt 5,3).
El Espíritu Santo nos exhorta a fijar la mirada en lo esencial; y suscita, en nuestra Iglesia, hombres y mujeres que han dado su vida en el servicio a los pobres. ¡Cuántas páginas de la historia, en dos mil años, han sido escritas gracias a cristianos que, con sencillez, con humildad y con el generoso ingenio de la caridad, han servido a sus hermanos!
Esta Jornada Mundial de los Pobres debe introducirnos en un verdadero encuentro con ellos y dar lugar a que compartir se convierta en un estilo de vida. La oración, el camino del discipulado y la conversión encuentran en la caridad, que se transforma en compartir, la prueba de su autenticidad evangélica. Esta forma de vida produce alegría y serenidad espiritual, porque se toca con la mano la Carne de Cristo.
Si queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su Cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la Eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas más débiles.
Estamos llamados a tender la mano a los pobres, a encontrarlos, a mirarlos a los ojos, a abrazarlos y hacerles sentir el calor del amor que rompe el círculo de la soledad. Su mano extendida hacia nosotros es también una llamada a salir de nuestras certezas y comodidades, y a reconocer el valor que tiene la pobreza en sí misma.