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preguntas para conocer al Rvdo. P. D. Juan Pablo Domínguez Teba, sacerdote en
Mairena del Aljarafe:
Lugar del nacimiento:
La Palma del Condado, Huelva.
Ordenación
sacerdotal:
13 de
septiembre de 2009
Estudios:
- Licenciado
en Teología, por la Facultad de Teología de la Universidad de Granada.
- Bachiller en
Teología, por el Centro de Estudios Teológicos de Sevilla.
- Bachiller en
Patrimonio Cultural de la Iglesia, por la Pontificia Universidad Gregoriana de
Roma.
- Licenciado
en Historia de la Iglesia, por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
Destinos
pastorales previos:
- Parroquia de
Nuestra Señora de los Ángeles y Santa Ángela de la Cruz (Sevilla Este, un año).
- Parroquia de
Santa María La Blanca (Los Palacios y Villafranca, dos años).
- Estudios
superiores en Roma (cuatro años).
Misión
pastoral actual:
- Vicario parroquial del Espíritu Santo y capellán del
Monasterio Concepcionista, en Mairena del Aljarafe.
1. ¿Qué le agradece a Dios en el tiempo presente?
Le
agradezco a Dios el don de la vida, las bendiciones que Él me da a cada
instante. Doy gracias a Dios por mi familia, mis amigos, por el don del
sacerdocio, por mis compañeros sacerdotes, por la parroquia del Espíritu Santo
de Mairena del Aljarafe, desde el clero que la compone hasta el último feligrés
de nuestra demarcación parroquial, pasando por los coordinadores de las
diversas realidades pastorales que la constituyen y los catequistas. Estoy
felizmente agradecido a Dios por los niños, los jóvenes, los matrimonios, las
familias, los abuelos, por todas las personas, conocidas o anónimas, que
aportan su granito de arena en nuestra parroquia, bien más directamente o de
forma más discreta. Agradezco a Dios de corazón la oportunidad que me ha dado
el arzobispo de servir como capellán a las hermanas concepcionistas de Mairena.
Y, también, en estos momentos de mi
vida, agradezco a Dios el regalo que él me hace cada día de evangelizar, de
celebrar la eucaristía, de confesar, de visitar a los enfermos, de consolar, de
servir, de dar mi tiempo y mis fuerzas por la Iglesia, de gastar mi vida por
los demás.
2. ¿Cómo va su “aterrizaje” en la parroquia, como
vicario parroquial, desde que celebró la primera misa el domingo 2 de octubre
de 2016?
Estoy
muy contento en nuestra parroquia y cada milésima de segundo, estoy aún más
contento. Llevo ya en la parroquia dos meses y medio y todo este tiempo
se me ha pasado volando. Cada amanecer, voy apresurando mi caminar desde el
convento hasta Ciudad Aljarafe, al mismo tiempo que respiro el aire tempranero
de la mañana, entremezclado con el saludo afectuoso de los viandantes que me
voy encontrando por las calles del casco urbano. En todo ese trayecto, voy
descendiendo por los caminos del centro del pueblo mairenero hasta alcanzar la
cima de la misión que Dios me ha encomendado, la de ser servidor de Cristo en
la parroquia del Espíritu Santo. Mientras apuro mis pasos, mi corazón late por
deseos profundos de servir con alegría a esta comunidad cristiana que el Señor
me ha dado para que me dedique enteramente a Él y desde Él vaya llevando el
amor y la fuerza que he recibido en la Eucaristía del alba, para servir a mis
feligreses con el mismo amor, la misma pasión, la misma entrega de Dios por
todos nosotros.
Ese deseo de servir me lo da el Señor gracias a tantas personas
buenas como las que hay en nuestra parroquia que son para mí estímulo de la
alegría plena y perdurable con la que estoy viviendo el ministerio sacerdotal
en estos momentos de mi vida. En la
parroquia me he encontrado en estos dos meses a una comunidad de hermanos en la
fe, de amigos, en definitiva, de personas sencillas, alegres, cercanas,
entregadas a Dios y a los demás, con sus proyectos e ideales, con sus virtudes
y defectos, con ganas de trabajar, de servir, de amar con un amor sincero y
puro y con una enorme capacidad de diálogo, de encuentro y de comunión
fraterna. Personas todas ellas con las que me siento cómodamente, con las que
estoy viviendo hermosos momentos de vida familiar, de amistad compartida y con
las que voy aprendiendo a ser cura. Yo siempre digo (y esto lo digo por la
experiencia de casi ocho años de cura) que ser
cura no es una cosa ya aprendida sino que se va aprendiendo día a día, poco a
poco, en contacto con las múltiples situaciones que me voy encontrando, ante
las que tengo que situarme con discernimiento y prudencia, pero también con una
mirada abierta y comprensiva.
Además, ser cura es un continuo proceso de crecimiento en
contacto con muchas experiencias, acontecimientos y en sintonía permanente con
la propia feligresía. A esto pretendo llegar no por mis puños sino poniendo a
Cristo como base y fundamento de mi existencia. De este modo podré ser un
“alter Cristus”, que es a lo que estoy llamado. Y ser otro Cristo no significa
explícitamente que la gente vea a Juan Pablo como es Juan Pablo, sino sobre
todo, que en mí vean a Cristo y conozcan
a Cristo. Y esto, ¿cómo se consigue? Esto se consigue en la medida en que
soy transparencia de Cristo, es decir, conociendo a las personas de mi
comunidad parroquial, escuchándolas una a una, rezando por ellas y con ellas,
dando mi vida por ellas, anteponiendo el interés de toda la comunidad a mis
intereses particulares, acogiendo incondicionalmente, con humildad y dulzura a
los que están próximos a la Iglesia y a los que están más alejados de ella, a
los que piensan como yo y a los que piensan distinto, especialmente, a los que sufren y, buscando no conformarme
solo con lo mínimo sino comprometerme a fondo con las alegrías y tristezas, con
las angustias y esperanzas de unos y otros, a tiempo y a destiempo, sin reloj,
sin horarios, sin prisas.
3. ¿Y con su otra misión pastoral, como capellán
del Convento Concepcionista de Mairena del Aljarafe?
Como hicieron Pedro, Santiago y Juan, en el momento de la
Transfiguración de Jesús, que subieron contentos al monte Tabor para
encontrarse con Dios, así me sucede a mí cada mañana cuando subo al monte de
Dios para ofrecer el Sacrificio de Cristo en la Misa con las concepcionistas. Empezar mis tareas apostólicas con ellas,
es un verdadero regalo del cielo. Juntos a las hermanas concepcionistas,
rezo la oración de los Láudes y el Oficio de Lecturas, me pongo a confesar
antes de la misa y celebro la Eucaristía. Ellas siguiendo a Cristo, casto,
pobre y obediente, y consagrando su vida por completo al Señor a través de la
espiritualidad franciscana, me recuerdan que debo edificar mi vida sobre el amor
a Cristo (Col 2,7), sin anteponer nada a este amor.
Tener que celebrar temprano y diariamente la Santa Misa junto a
las Hermanas Concepcionistas, me exige llevar una vida ordenada en todos los
aspectos, espiritual, afectivo, intelectual, para celebrar con prontitud de
ánimo y con la mayor atención posible, el Sacramento de la Eucaristía, “fuente
y cima de toda la vida cristiana” (Ecclesia de Eucharistia, de San Juan Pablo
II). El hecho de tener que celebrar la
Santa Misa como primera actividad de todas las que realizo a lo largo del día,
en un clima de oración y de contemplación, hace posible que mi encuentro
personal con Cristo sea más eficaz y me lleva a dar afamado testimonio de la
fuerza transformadora que ese mismo encuentro tiene en mi vida, sobre todo,
cuando estoy inmerso en las labores pastorales y en mi trato con los fieles.
La misión que me ha confiado el arzobispo como capellán de estas
hermanas contemplativas, me está ayudando a ser un sacerdote no de misa y olla,
o a tiempo parcial, sino a ser un
sacerdote que va madurando su vocación de servicio hasta adquirir altas cotas
de radicalidad evangélica. Todo esto forma parte de mi misión como capellán
del Convento Concepcionista de Mairena, contribuyendo a reforzar mi deseo por
acrecentar e inundar de vitalidad la espiritualidad específicamente
sacerdotal.
4. ¿Cómo ve la fe y la religiosidad de estas
respectivas feligresías de Mairena del Aljarafe?
Se tratan de feligresías
arraigadas en una profunda vivencia de la fe, con una entrañable devoción a
María como he podido constatar en mi parroquia en estos dos meses con la
Asociación de la Amargura y durante el Triduo de la Inmaculada y, como lo dejan
entrever las advocaciones marianas de la parroquia de San Ildefonso. También he percibido una intensa veneración
al Santísimo Sacramento, sobre todo, durante algunas mañanas en las que
nuestro templo parroquial se encuentra abierto y, particularmente, los jueves
eucarísticos, en los que se aprecia una notable presencia de no pocas personas
en el Sagrario.
Veo, además, la fe y la religiosidad de las respectivas
feligresías de Mairena del Aljarafe bien encauzadas y con capacidad de asumir
las condiciones necesarias para fomentar
un fructífero encuentro con Dios, que se refuerza con el fortalecimiento de
los lazos de amistad entre los fieles, con la consolidación de una íntima unión
familiar y comunitaria entre los mismos y el clero, con un fuerte talante
carismático como lo ponen de manifiesto los grupos de oración de nuestra
parroquia y la catequesis y con el incremento del ejercicio de la caridad, como
ponen de relieve tan ejemplarmente, las Cáritas de cada una de las feligresías
de Mairena.
5. ¿Qué le aporta a su vida llevar el nombre de un
Papa que aportó tantísimo que hasta ha sido nombrado Santo de forma urgente?
La aportación de San Juan Pablo II a mi vida ha sido
determinante en mi decisión de optar por el camino del sacerdocio. Mis padres ya tenían pensado, incluso antes
de concebirme, ponerme el nombre del papa polaco, desde que escucharon al papa
en Sevilla cuando hablaba con tanta claridad y sencillez en la beatificación de
la que hoy es ya Santa Ángela de la Cruz. Cuando yo era niño y estaba
ingresado en la unidad de oncología pediátrica del hospital Virgen del Rocío de
Sevilla, a todos los niños enfermos con cáncer nos pusieron cariñosamente un
sobrenombre. Al ver los médicos que yo resistía progresivamente a los
tratamientos y como tenía nombre de papa, me pusieron de nombre JPIII.
Ya en mi adolescencia, con ocasión de la Jornada Mundial de la
Juventud del año 2000 en Roma, pude ver a San Juan Pablo II muy cerca y las
palabras que él nos dirigió a los jóvenes, invitándonos a poner al Señor en el
centro de nuestra vida y a dejarlo todo por Él, resonaron fuertemente en mi
corazón, confirmándose la llamada que Dios me hizo al sacerdocio y que ya
sentía en mi interior tiempo atrás. A inicios del año 2000, me regalaron el día
de Reyes, un libro de George Weigel, titulado: Biografía de Juan Pablo II. Testigo de esperanza. Cada día le
dedicaba una hora leyéndolo y me quedaba
absolutamente fascinado al ir adentrándome en la vida de un papa que hasta en
los más mínimos detalles de su vida mostraba signos de una gran santidad.
Pude participar, además, en la beatificación de Juan Pablo II y en su
canonización cuando era estudiante en Roma, acontecimientos que me marcaron
altamente.
6. ¿Y el Papa Francisco?
La aportación que el papa Francisco hace a mi vida es la misma
que a todos nos ha llegado de él: la de un papa sencillo, alegre y cercano. Le
ha dado a la Iglesia un renovado impulso con la palanca de la alegría, con su
revolución de la ternura y el redescubrimiento de la misericordia, actitudes
que siempre han estado presentes en la vida eclesial, pero que Francisco ha
canalizado de forma asombrosa, suscitando la apertura a la fe de un gran número
de no creyentes. En lo personal, el papa Francisco me ha enseñado a escuchar a la gente y a hablarle a cada persona con un
lenguaje sencillo, para que el mensaje de Jesús se entienda mejor y resulte más
atractivo y eficaz.
El papa Francisco me
recuerda a mí como sacerdote que tengo que mirar menos papeles y mirar más a
los ojos, que tengo que ser menos entusiasta de manuales farragosos y más
apasionado por el manual del Evangelio, que tengo que darle menos importancia a
la rigidez del ejercicio del poder oficinesco y concederle más importancia a la
asistencia social y al servicio a los demás, especialmente a los pobres,
enfermos y a los que sufren que son el corazón del evangelio, que tengo que
predicar más con el ejemplo de la propia vida que con las palabras, porque ésta
es la mejor manera de comunicarme con los demás y de llevar a Jesús al corazón
de las personas con coherencia, credibilidad y autenticidad de vida.
7. ¿Qué aspectos o contenidos le gustaría destacar
tras lo aprendido de sus estudios en Roma sobre la Historia de la Iglesia?
La historia de la Iglesia tiene una doble dimensión: teológica y
científica. En Roma, he estudiado la Iglesia desde el aspecto científico, es
decir, ocupándome de los acontecimientos
que ha vivido la Iglesia, tratando de comprenderlos y explicarlos mediante el
análisis de sus causas y consecuencias, y teniendo en cuenta una visión de
la Iglesia inserta en un mundo marcado por sucesos políticos, sociales,
económicos y culturales que han condicionado y siguen condicionando a la propia
Iglesia durante sus más de dos mil años de historia. Lógicamente, no se puede
separar la historia de la Iglesia como una institución que ha perdurado a lo
largo de los siglos de la historia de la Iglesia incluida en un periodo de la
historia de salvación.
Y en cuanto al contenido de lo aprendido de mis estudios en
Roma, destaco comopreferencia, un periodo de la historia tan importante como es
aquel del iluminismo y la posición de la Iglesia frente a esta corriente de
pensamiento que floreció durante el siglo XVIII y cuyos ideales de progreso,
racionalismo, libertad de conciencia y exclusión de lo trascendente, continúan
siendo influyentes en el modo de desenvolverse actualmente la sociedad. Mi
preferencia por recalcar ese movimiento intelectual iluminista que absorbió el
devenir histórico de la Europa del siglo XVIII no es obviamente por afinidad a
esa misma corriente de pensamiento sino por conocer la posición de la Iglesia
ante esta problemática y por reflexionar sobre cómo la Iglesia en su misión de entrar en diálogo con la cultura se ha
mantenido fiel a la Verdad, frente a las amenazas del laicismo beligerante.
Quisiera subrayar, además que, sobre el iluminismo tuve la oportunidad de
indagar profusamente mientras elaboraba mi tesis de licencia, al tener que
contextualizar históricamente el episcopado del Llanes y Argüelles, (arzobispo
de Sevilla en tiempos de la Ilustración española) y que fue objeto de mi
trabajo final de licenciatura.
8. A partir de su testimonio de vida y por el
cáncer que padeció desde los 40 días de su nacimiento, ¿cómo podemos convertir
la enfermedad en instrumento para acercarnos a Dios?
A veces cuando pasamos por situaciones difíciles en la vida, nos
rebelamos contra Dios y le echamos la culpa de nuestras desgracias. Le decimos
a Dios: “Si tú me amaras de verdad, no permitirías que me pasara esto” o “si he
hecho las cosas bien, ¿para qué me castigas”? Dios no se divierte viéndonos
sufrir, como si el dolor, la enfermedad o aquello que nos hace sufrir, fuese un
capricho del cual Dios se sirve para entretenerse en sus ratos libres. Dios no
quiere para nosotros nada malo, ni le gusta vernos sufrir. Dios es amor y busca, sobre todo, nuestra felicidad. Pero, a veces,
permite que pasemos por situaciones que no entendemos y que nos hacen sufrir,
para que crezcamos como personas y como hijos suyos que somos. Todos queramos o no, por nuestra propia
condición humana, por nuestra debilidad, tenemos una cruz que nos resulta, a
veces, insoportable de cargar, todos tenemos nuestras noches oscuras y momentos
trágicos en la vida que no quisiéramos que nos pasaran pero, finalmente, nos
llegan por sorpresa y cuando menos lo esperamos. Pero, es precisamente,
cuando llegan esas situaciones cuando más y mejor se crece como persona, cuando
nos damos cuenta de que no somos eternos, sino finitos y pobres vasijas de
barro. Por eso, tenemos que apoyarnos siempre en el Señor, el único que puede
ayudarnos cuando ya vemos que no hay solución posible.
De este modo, cuando vengan los problemas de la vida que todos
tenemos, en lugar de hundirnos, de encerrarnos en nosotros mismos y de
quejarnos, saldremos de los sinsabores y momentos amargos que tenemos, con más
fuerza y mirando siempre hacia el futuro. Dios
saca siempre bendiciones allí donde hay adversidad. Con Dios, lo que hoy es
imposible, mañana es posible. Lo que ahora sale peor no tiene por qué
seguir siendo igual de mal. Siempre podemos dar lo mejor de nosotros mismos,
aun cuando pensemos que ya nada nos queda por dar. Que las circunstancias que
nos rodean no hayan transcurrido como nosotros hubiésemos querido, no es
excusa, para levantarse, luchar y seguir adelante. Hay que ser optimista, no
hay que tirar la toalla, hay que esperar sin cansarse. Queremos ver los frutos
ya y deprisa. Lo mejor siempre está por venir y eso es, entre otras cosas, la
mirada con la que tenemos que observar todo lo que sucede en nuestra vida,
tanto para lo bueno como para lo malo.
Lo
bonito y bello de esta vida está en disfrutar de la presencia de Dios y de todo
lo que Él nos da en cada momento de nuestra vida.
Tenemos que disfrutar siempre, aunque sea poco lo que tengamos. No se es feliz por lo que uno tiene sino por
disfrutar de lo que uno ya tiene y sacarle partido a todo lo que le envuelve y
a todo lo que uno es y puede dar de sí. Hay que mantener siempre encendida la
luz de la alegría, del amor y de la esperanza.
9. Al tener a Elías, su hermano también sacerdote
y a su hermana Victoria, entre las Hermanitas de la Cruz, ¿qué nos puede decir
de la importancia de fomentar la vocación religiosa en la familia?
En el discurso que el papa emérito Benedicto XVI hizo durante el
rezo del Ángelus, en la Plaza de la Virgen de Valencia, el 8 de julio de 2006, decía
así: “El amor, entrega y fidelidad de los padres, una profunda vida de oración,
así como la concordia en la familia, es el ambiente propicio para que se
escuche la llamada divina y se acoja el don de la vocación”. Dios se sirve de
muchos signos para llamar a una persona al sacerdocio o a la vida religiosa.
Pero, por la propia experiencia personal, puedo decir que, la vocación nace fundamentalmente en el seno de una familia cristiana
y, de un modo particular, del ministerio de evangelización de los padres.
De la misma manera que mis padres nos llenaron a mí y a mis hermanos de una
vida sacrificada de amor, de sencillez, de educación y de valores, también nos
transmitieron la fe cristiana y nos enseñaron a rezar, para que cada uno de
nosotros cumpla en plenitud su cometido, de acuerdo con la vocación recibida de
Dios.
Por esta razón, considero que urge al cristiano de hoy, poner
todo su empeño en resaltar en todas las áreas pastorales de las parroquias y en
cualquier otro ámbito eclesial en el que nos movamos, la importancia que tiene la familia cristiana, no solo como cantera de
vocaciones sino también como base para construir una sociedad más justa y
fraterna.
10. ¿Qué santos y santas le sirven principalmente
de inspiración para su testimonio cristiano de vida en la fe? Destaque algunos
aspectos de cada uno de ellos.
Pienso en San Francisco
de Asís, a quien recordamos en nuestra cultura popular como el santo que
hablaba con los animales. Pero hay detalles de San Francisco que, quizás,
desconozcamos y que son trascendentales para entender su santidad. San
Francisco llegó en 1219 a Egipto, donde fue recibido por el sultán
Malek-el-Kamel, a quien él quería convertir y a quien le sugirió que sus
estudiosos musulmanes pasarán una prueba con fuego para probar cual religión
era la verdadera. Todos se negaron, así que San Francisco se ofreció a entrar a
un pozo de fuego y, si él era capaz de salir de ahí sin ninguna herida, ellos
tendrían que aceptar que Dios lo había protegido a él y que esta era por
consiguiente la verdadera religión. El sultán rechazó su oferta pero quedó tan
impresionado que le dio a San Francisco el permiso de predicar el cristianismo
sin restricciones en sus tierras. Una concesión increíble considerando que este
país estaba en medio de una guerra en contra de los cruzados del occidente.
Pienso también en San
Ignacio de Loyola, un militar procedente de una familia de la nobleza que
estuvo en muchas batallas de las que salió ileso, hasta que el 20 mayo de 1521,
una bala de cañón hirió una de sus piernas y le rompió la otra. A pesar de sus
problemas para caminar, él sobrevivió, y este simple hecho, le abrió las
puertas a su conversión. Dejó las armas, su vida nobiliaria y sus riquezas y
pasó a llevar una vida de austeridad, oración y pobreza y puso en manos de la
providencia de Dios, para fundar una de las órdenes religiosas más famosas del
mundo: La Compañía de Jesús, conocida como los jesuitas.
Pienso en Santa Teresa de
Calcuta, hija de un matrimonio acomodado de la población albanesa y con
grandes proyectos musicales por delante que finalmente abandonó por hacerse
religiosa de la Congregación de Nuestra Señora de Loreto y, después, entregar
completamente su vida como misionera en la India. Su primera actividad como
misionera fue la de ser maestra en un colegio de Calcuta. Sin embargo, la profunda impresión que le
causó la miseria que observaba en las calles de la ciudad, la movió a solicitar
a Pío XII la licencia para abandonar la Orden y entregarse por completo a la
causa de los más necesitados. Enérgica y decidida en sus propósitos, Santa
Teresa de Calcuta pronunció por entonces el que sería el principio fundamental
de su mensaje y de su acción: "Quiero llevar el amor de Dios a los pobres
más pobres; quiero demostrarles que Dios ama el mundo y que les ama a
ellos".
Y cómo no. Mi santo
favorito es, sobre todo, San Juan Pablo
II. Huérfano de madre a los siete años, huérfano de padre a los 17. Su
hermana se murió antes de que él naciera y su hermano médico murió cuando él
tenía 10 años. Desde muy joven perdió a todos sus seres queridos. Pero aun
desconocía lo que el Señor le tenía preparado: una familia mucho mayor que la
suya, la de la Iglesia, de la cual él fue elegido el 16 de octubre de 1978,
como su máximo dirigente, al ser el 263 sucesor del apóstol Pedro. Estudió
literatura polaca y teatro en la universidad de Cracovia. Cuando las fuerzas de
ocupación nazi cerraron la universidad, tuvo que trabajar en una cantera y en
una fábrica química para ganarse la vida. Después de sentir la llamada del
Señor al sacerdocio, estudió en el seminario clandestino de Cracovia. Sus habilidades
intelectuales llevaron a su obispo a tomar la decisión de mandarlo a Roma a
estudiar, donde el futuro papa realizó la tesis
sobre el tema de “La fe en las obras de San Juan de la Cruz”. Participó
en la elaboración de la constitución Gaudium
et spes del Concilio Vaticano II. Le gustaba el deporte, la música y la
naturaleza. Cuando fue papa, se volcó con los jóvenes, ejerció su ministerio
petrino con incansable espíritu misionero, viajando por todo el mundo como tres
veces la distancia que hay desde la tierra a la luna, escribió muchas
encíclicas, promovió encuentros con los representantes de otras religiones,
canonizó a casi 500 santos, promulgó el Catecismo de la Iglesia Católica y
tantas otras cosas más que ya todos sabemos que, si siguiera escribiéndolas, no
lograría poner fin a esta entrevista.
11. ¿Cómo nos recomienda que participemos más
activamente de los sacramentos, de las oraciones y de los grupos de la pastoral
parroquial?
Me remito a lo que dice el Código de Derecho Canónico en el número
1128: “Siempre que un sacramento es celebrado conforme a la intención de la
Iglesia, el poder de Cristo y de su espíritu actúa en él y por él,
independientemente de la santidad personal del ministro. Sin embargo, los
frutos de los sacramentos dependen también de las disposiciones del que los
recibe. Los sacramentos son eficaces
de por sí, pero dan frutos en nuestra vida en la medida en que nosotros no
pongamos obstáculos a la recepción sacramental.
Cada vez que participamos de los sacramentos tenemos que prestar
absoluta atención en lo que estamos celebrando. Lo primero que tenemos que tener presente cada vez que recibimos un
sacramento es saber a quién se recibe. Recibimos, ni más ni menos que al mismo
Cristo. Y al Señor no se le puede recibir de cualquier manera. Un sacramento
no es un rito mágico o un recuerdo exterior de cosas que despierta en quien lo
recibe unos simples sentimientos y emociones. Es algo muy serio que tenemos que
recibir con la máxima dignidad y decoro posible y que exige una preparación
íntegra y una debida disposición interior. Además, un sacramento no se recibe
para reducirlo a un hecho aislado sino que tiene que tocar el corazón y dar
frutos de santidad en nuestra propia vida y exige fundamentalmente una
continuidad de amistad con Jesús y un compromiso permanente de participación
activa con la Iglesia.
Todo esto lo podemos trasladar, igualmente, a la oración y a los
grupos de la pastoral parroquial. Tenemos
que empezar y terminar cada reunión, catequesis, celebración o cualquier otra
iniciativa pastoral poniendo al Señor en el centro de todo, evitando
categóricamente individualismos, protagonismos, intereses particulares y
divisiones y con total conciencia de pertenencia a la Iglesia universal. No
podemos ir a la parroquia exclusivamente buscando en ella un lugar de
entretenimiento, de ocio o para crear espacios de amistad. No nos podemos
adueñarnos de las cosas de Dios. Todo lo que hacemos en la parroquia lo hemos
recibido gratis y no lo hacemos por una satisfacción personal, sino por servir
a los hermanos y para Gloria de Dios. En
todo lo que hagamos, seamos transparencia de Dios y no de nosotros mismos.
12. ¿Qué le quiere decir a los vecinos de Mairena
del Aljarafe a través de estas líneas?
Agradezco su calurosa acogida y su cariño hacia
mi persona. Espero estar siempre a la altura de lo que Dios me pide, servir y
entregarme a todos como os merecéis.